miércoles, 30 de noviembre de 2016

Liderazgo y Autoridad Militar para el Siglo XXI

Este escrito fue originalmente publicado en Junio de 1997 en la Revista del Ejército tal como puede apreciarse en foto anexa. Por su pertinencia en pleno Siglo XXI, aqui me permito publicarlo nuevamente. Debajo de la imagen podrá leer la transcripción del documento original. 



“Las cosas que importan lo más nunca deben estar a la merced de las cosas que importan lo menos”
Johan W. Goethe.

La visión prospectiva de evolución mundial a partir de la “tercera ola”, planteada en la obra de Alvin Toffler, y la creciente interdependencia económica, cultural, social, tecnológica y política que se desprende del concepto de “Aldea Global”, introducido por Marshall MC Luhan, describen el revolucionario fenómeno que significa el vertiginoso avance de la información a través del mundo. Este fenómeno ha acelerado los anteriormente lentos procesos de cambios sociales, abriendo grandes brechas en los rígidos conceptos morales y éticos, dando paso a una excesiva permisividad que ha destruido los diques de lo que tradicionalmente se considera bueno o malo. Esto, entre otras consecuencias, ha originado que las nuevas generaciones se estén formando con visión en la percepción de la cosas, cada vez más diferente a las generaciones que las preceden; diferencias estas que antes surgían de una manera lenta, dando la impresión que varias generaciones eran muy parecidas y que ahora lo hacen de una forma casi violenta, marcando diferencias abismales entre ellas.

A estas nuevas generaciones pertenecen jóvenes grupos que según el historiador norteamericano Cristopher Lash en su obra “The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy” (La Revuelta de las Élites y la Traición a la Democracia, 1995), “Se trata de una elite volcada sobre sí misma, que vive en un mundo totalmente abstracto, dentro del cual no hay contacto efectivo en la sociedad que los rodea”. Bajo estas condiciones, muchas de las concepciones tradicionales están siendo acorraladas y son atacadas desde todos los ángulos, incluyendo el concepto que interesa para el enfoque de este artículo, el de autoridad.

Vivimos una época muy difícil para la autoridad. Las nuevas costumbres la atacan con furia, el amplio contexto de leyes que buscan la armonía y el bienestar entre los seres humanos, tienden a debilitarla, hay problemas con la autoridad tanto en el hogar como en la industria, a nivel del Estado, e la Iglesia, en la calle, etc. En fin, la corriente ideológica que pregona y enseña sobre libertad e igualdad, en contrapartida, ha debilitado a la autoridad ya que el concepto de esta última pareciera ser contrario al de los anteriores. Se deberá dedicar tanto tiempo y entusiasmo a educar a las jóvenes generaciones en la autoridad, como se dedica a educar en la libertad, y sobre todo, a no oponer jamás ambos conceptos.

Jefe y autoridad son conceptos inseparables, ni la autoridad se concibe sin jefe, ni se concibe un jefe sin autoridad. Al respecto expresa el Coronel Juan Arancibia  De Torres en su obra “El Jefe y sus Cualidades”. (Editorial: San Martin, 1989)

“La autoridad es inherente al jefe y encuentra su razón de ser así como sus límites, en la búsqueda del bien común. La obediencia del jefe se justifica precisamente por el hecho de quien está revestido oficialmente de autoridad, sirve realmente al bien común”

Cuando hablamos de jefes, no nos estamos limitando solamente a aquellos que ocupan el vértice de la pirámide de las distintas organizaciones; hay que referirse a todo el que de alguna u otra manera tiene subalternos. En las Fuerzas Armadas, el esquema jerárquico nos presenta la dicotomía de ser a la vez jefe y subalterno. Los grados y las jerarquías nos posibilitan paran obtener cargos que nos permiten de una manera legal ejercer una jefatura, ser jefe, pero también los grados y jerarquías nos permiten ser “superiores” a otros, superioridad esta que genera una autoridad distinta a la del cargo pero con igual influencia en relación al subalterno. En Venezuela, las Fuerzas Armadas, y en especial el Ejército, se nutren del pueblo en cualquiera de sus clases sociales y son parte integral de él, a diferencia de otros ejércitos donde es notorio el ingreso de ciertos grupos de la sociedad. Esta condición de renovar constantemente sus cuadros con personal de todos los estratos en un panorama social como el ya planteado, nos enfrenta a una ineludible realidad: nuevos cuadros del personal militar (en especial profesional) formados con una capacidad crítica y con una base educativa inestable donde el concepto de libertad ha enfrentado al de autoridad, encuadrado en una organización con nuevos elementos legales de formas, cada vez más numerosos que han reducido el “Fuero Militar”. A pesar de todo esto, sin proponérselo, los esquemas de formación militar en lo referente a la relación de autoridad Superior-Subalterno, siguen atados a dogmas y atavismos que por no ser revisados y adaptados a la realidad de los nuevos escenarios, no han permitido sincerar el proceso formativo.

Estos esquemas educativos se han dirigido a formar los profesionales únicamente como subalternos, todo el esfuerzo va dirigido hacia la subordinación, la obediencia y una disciplina condicionada a las anteriores (pilares fundamentales de la institución), descuidando progresiva y peligrosamente la preparación intelectual y física, capacidad de análisis, sentido del criterio y visión del ejemplo como mejor argumento, empleado por el jefe militar. Este creciente énfasis en los primeros aspectos y ausencia casi total de los segundos ha originado una serie de fallas y errores dentro de la organización, siendo uno de los más palpables, la percepción calificadora que en algunos casos permite que los conceptos de Obediencia y Disciplina  se tergiversen por los de Sumisión y Servilismo, respectivamente, y que estos sustituyan los valores tangibles que deben marcar la diferencia entre los profesionales. Este juicio puede sustentarse observando como cada vez más los parámetros de exigencias intelectuales y físicas son disminuidos a fin de que se perciba que los grupos cumplen con ellos, lo cual afecta directamente el justo sentido de la verdadera diferenciación en la evaluación.

Sin querer profundizar en aspectos psicológicos que puedan afectar a cualquier persona en el ejercicio de la autoridad, puede inferirse que un Jefe a falta de competencia física, intelectual o profesional, se impondrá a sus subalternos con el inobjetable argumento del cargo, grado o jerarquía, ya sea de manera directa, como habitualmente es utilizado el poder bajo estas circunstancias, o mediante la influencia indirecta que Carl J. Friedrichc denominó “Reglas de las Reacciones Anticipadas”.(Hacer lo que agrade al jefe)
 Mientras más casos como estos se presenten, más oscuro es el futuro institucional si entendemos que en la mayoría de los casos, en las Fuerzas Armadas el aprendizaje para ser “Jefe” se realiza mediante el modelaje.

Los profesionales desde el inicio de la vida militar, son exigidos como subalternos y aprenden a ser superiores o jefes con los jefes que van teniendo, bajo una visión profesional que generalmente le ha dado poder absoluto al superior sobre la vida oficial y privada del subalterno, permitiéndole un control total de esa persona, amparado en la universalidad del concepto “Asuntos de Servicio”, lo cual puede generar o hacer norma un derecho ilegitimo de dar órdenes en cualquier dirección, protegiendo la magnanimidad de su superioridad con un esquema de evaluación unipersonal, (formatos, conceptos, recomendaciones, sanciones, etc.) cerrado, que en su totalidad está orientado (así aparezcan parámetros con otros nombres) en la disciplina, obediencia y subordinación para con el jefe de turno y no para con la institución, aspecto este que en sí, no constituye la esencia de los valores que inculca la filosofía de las F.A.N.

Con este gran poder  otorgado a un superior militar con fallas en el ejercicio  de esa autoridad,  por supuesto que estaríamos en una situación de  riesgo enorme  que  pudiera ocasionar paulatinamente daños considerables a los principios institucionales, ya que en la vida militar la verdadera base de la institución la debe constituir el  ejercicio racional de la autoridad por parte de los jefes a fin de evitar que la misma, como institución necesaria, se debilite. Aprender a ser jefe sin la garantía del modelo común puede seguir desencadenando vicios que conformen Estándares de Grupo por encima de Estándares Institucionales en una profesión donde la capacidad del superior debe ser la base que brinde la seguridad a todo subalterno.

Recuperar la credibilidad en la autoridad es un reto para las generaciones de Oficiales que enfrentan la venida del siglo XXI, no basta con ser superiores o con ser Jefes, hay que entender que hoy más que nunca no existen inferiores, que el subalterno no debe ser subestimado y que en los cuadros profesionales el Sub-Teniente de hoy, debe ser preparado para que esté en condición de competir legalmente para ser el General del mañana; esa preparación debe comenzar por estimularle desde sus inicios la capacidad de análisis crítico, lógico y razonado que les permitirá discernir hacia las soluciones más expeditas. Los jefes actuales y por mayores y más complejas razones los del futuro, han de caracterizarse por la posesión de una cultura general profunda y viva, cuyo grado ascendente deberá estar en relación directa con el número y calidad de los hombres que están llamados a obedecer sus directrices.

La vida militar exige en el Oficial condiciones profesionales, intelectuales, morales y físicas, los jefes deberán bajo cualquier circunstancia, no dejar ninguna duda ante los subalternos de su capacidad en cada uno de los parámetros establecidos. Los ascensos y los cargos deben otorgarse a los que en la suma total de todos estos aspectos obtengan las más altas puntuaciones, pero bajo parámetros de evaluación que dependan del propio esfuerzo físico, profesional o intelectual del Oficial que en confrontación directa con los demás profesionales en su misma condición, demuestre superioridad, sin que quede ninguna duda al respecto.

La internalización del verdadero significado del vocablo “liderazgo”, debe ser el norte que oriente al Oficial del Siglo XXI. Cuando un Jefe o Superior, ante los ojos del subalterno reúna elevadas condiciones intelectuales, físicas y profesionales acreditadas para su grado o cargo, mantenga una actuación pública y privada ajustada a la lógica y a la razón (llámese “Condiciones Morales”), posea una cultura general apropiada que le permita armonizar y equilibrar conductas en sus subordinados y mantenga el estricto sentido de la equidad en sus acciones y órdenes, estaremos ante la presencia de un profesional preparado para cumplir con su rol en la institución, soportando su grado y su cargo en sus propias condiciones y no en factores externos.

El subalterno que perciba la situación descrita anteriormente, va a premiar a este jefe; con el reconocimiento más valioso que puede hacérsele a un superior, sentirlo su líder. Esta debe ser la cosecha que todo oficial busque recoger con su actuación profesional. La percepción del liderazgo es intangible, el titulo de líder lo da el subalterno, los grados y los cargos actualmente son otorgados por los superiores que en un momento determinado, representan a la institución.

Tenemos muchos jefes que se aceptan y obedecen en favor de la disciplina, obediencia y subordinación, necesitamos más líderes que den prestigio a la autoridad del militar y permitan que nuestra profesión se inserte realmente en la nueva concepción social del actual mundo globalizado, donde los regímenes totalitarios no tienen cabida y donde debe entenderse que los derechos de los subordinados en especial los que se refiere al honor, a la reputación y a la vida privada, deben ser respetados ya que la indefensión a la que están sometidos en beneficio de la disciplina, obediencia y subordinación, debe estar compensada y respaldada por la capacidad del jefe para impartir ordenes ajustadas al criterio y a la razón, en búsqueda del fin último que persigue el ejercicio de la autoridad como lo afirmase el ya citado Coronel Juan Arancibia; el bien común de la trilogía individuo, misión e institución.


“Las personas temibles no son las que no están de acuerdo con nosotros, sino, las que están en desacuerdo y son demasiado serviles, sumisos o cobardes para decirlo” El autor.